El apóstol San Andrés
San Andrés, de perfil, se retrata como un hombre de edad, con la barba y cabellos blancos, y el gesto serio, un tono de gravedad e incluso monumentalidad, acentuado por el primerísimo plano en el que se representa el Apóstol. Una obra de gran calidad, que habría que relacionar con el tenebrismo, proporcionándole la luz un sentido místico, que potencia la expresión de éxtasis. En este sentido, Fernández Castiñeiras (1995, 288) señala que está más próximo a los efectos claroscuristas de la escuela veneciana que a los de Caravaggio y sus seguidores. El fondo neutro, la austeridad de la túnica e incluso la gama cromática apagada, inciden en la esencialización del personaje y en la eliminación de cualquier detalle superfluo. La técnica que emplea, de pincelada suelta y libre, casi de boceto, intensifica la sensación de verdad que la obra despide.