En esta gran pintura mural, Tomé desarrolla un friso de figuras anónimas, apenas pergeñadas. Bajo un lenguaje neoexpresionista, tan característico no sólo en las obras del autor, sino también propia del arte de la década de los 80, es la que a Tomé le sirve para crear una obra en la que impera una sensación de inquietud y angustia. Apenas hay concesión a la anécdota; los protagonistas únicamente son las figuras -de rotundos volúmenes perfilados de trazos negros- y el color, la pincelada enérgica y expresiva que emplea.
Antes de realizar este mural, la obra de Tomé discurrió desde una neofiguración expresionista (1971-1979), al preciosismo y, a partir de aquí, hasta lo que se denominó una “abstracción redonda” (1979-1992). Es aquí, por 1987, donde cabe encuadrar ese mural, pintado sobre lienzo, dispuesto ante la entrada del aula B de la Facultad de Económicas y Empresariales de la USC. El pintor parece reflejar en sus formas, evocadoras de lo humano y apretadas en el espacio, una reflexión plástica sobre lo que es el sufrimiento humano; en una posición ideológica que en la pintura tiene páginas brillantes en el Goya de la Quinta del Sordo y, por supuesto, en el Picasso creador del Guernica. También aquí, en la obra de Tomé, parece palparse el dolor y la derrota que abate al género.