Realizada en los años finales de su producción, esta obra de Luis Seoane supone un claro ejemplo del tratamiento de síntesis hacia lo que evolucionó su pintura. En esta obra, la figura femenina es la protagonista -figura que se convierte en el icono de su producción-, una mujer anónima, del pueblo, que lleva un cesto en cabeza en clara alusión a la campesina gallega, emblema de su obra. Vemos la evolución frente a otras obras anteriores: si en un principio la línea y el color iban juntas, ahora el color adquiere autonomía propia y un gran protagonismo que provoca casi la desaparición de la línea. El trazo negro tan sólo indica sencillamente el perfil del rostro y del pecho, mientras que otra serie de incisiones se superponen sobre el fondo cromático, lo que evidencia la interrelación entre pintura y grabado en la obra de Seoane. En lo relativo al color, éste responde a su preferencia por las tintas planas, de colores fuertes. Fue donado por su viuda, Dª Elvira Fernández López, en 1992.